EN LONDRES (II): THE SHARK IS BROKEN - AMBASSADORS THEATRE

 TIEMPOS MUERTOS

Es un caso curioso: The Shark Is Broken es una obra de teatro sobre el mundo del cine, concretamente centrada en el rodaje de Tiburón (Steven Spielberg, 1975). Más específicamente sobre el no rodaje. Es decir, focalizada en los parones originados por el mal funcionamiento del tiburón mecánico que aparece en algunas (realmente no son tantas) escenas de la famosa película. Los personajes de la obra son los actores de aquella película: Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss. Y la obra está escrita (junto a Joseph Nixon) por Ian Shaw, el hijo de Robert Shaw que, además, interpreta a su padre en la obra. Si a estos ingredientes le añadimos los datos que uno conoce sobre lo que fue aquel turbulento rodaje en el que, amén de las pausas referidas, la tensión entre los actores, sobre todo entre Shaw y Dreyfuss, era constante, tenemos un catálogo de ingredientes ideales para construir una comedia.

Y eso es lo que esta producción ofrece en primer lugar, una estupenda comedia sobre tres egos actorales condenados a convivir en el pequeño set de un rodaje problemático. Tres actores, un texto efectivo y una escenografía perfecta para el propósito teatral y cinéfilo: la sección del Orca, el cuarto personaje de la película, la lancha de pesca que se llevaba a los protagonistas a la caza del escualo. La recreación del interior de la barca es fotográfica. Y un ciclorama cubre el foro luciendo un mar en permanente movimiento por el que de vez en cuando cruza otro barco por el fondo, o una gaviota. La propuesta, visualmente, es perfecta.



Y la comedia funciona como un reloj. Habrá sido convenientemente pulida durante la gira anterior a su arribada a la capital y eso favorece tanto el ritmo de los diálogos como la agilidad con que la obra agota rápidamente sus escasos cien minutos de duración. El despliegue de referencias cinéfilas es casi inagotable: la improvisación de Spielberg durante el rodaje, las referencias a las carreras de sus tres protagonistas, el futuro del cine (ante el que Robert Shaw se queda epatado cuando Scheider le comenta que las computadoras fabricarán las imágenes y los personajes), la falta de confianza en la propia película que están rodando (de nuevo, Shaw, con ácida ironía comenta "¿quién hablará de esta película dentro de cuarenta años?"). De tal manera que la propia obra hace que muchos de los mecanismos de la comedia descansen en sus divertidas referencias metateatrales.

Pero además de eso, entre los tres personajes, esos tres icónicos actores, se debaten cuestiones que, de alguna manera trascienden el envoltorio brillante y divertido de la función. Robert Shaw es la experiencia del artesano; Richard Dreyfuss es la energía del actor dispuesto a comerse la industria; y Roy Scheider es la parte intelectual y serena que se interpone en las discusiones entre Shaw y Dreyfuss. Y estos actores, estos hombres, se enfrentan a la inseguridad del oficio, asumen abiertamente una encarnada rivalidad o se apoyan en el alcohol para evitar las propias decepciones o para disimular las carencias, personales y profesionales, que arrastran; y también para divertirse a costa de "Bruce", el estropeado tiburón mecánico que les mantiene en el set más horas de las previstas.



Y sobre toda la obra planea la incertidumbre del futuro que, en el caso de los actores, sean de la categoría que sean, se subraya a menudo con una melodía que supone una amenaza y una condena. Y ellos, que tras el éxito de Tiburón no tuvieron problemas de trabajo en la industria (aunque sí una muerte temprana en el caso de Scheider y Shaw), se enfrentan a esa duda a veces como adolescentes, a veces desde una resignación impostada y siempre con la ansiedad que provocaba trabajar en el Hollywood de los setenta.

Si bien el texto adolece de cierta parálisis dramatúrgica, la comedia está muy bien servida y controlada; y se convierte en un hallazgo la trama sobre el famoso "monólogo del Indianapolis" (del que Shaw renegó una y otra vez hasta terminar escribiéndolo él mismo) que recorre toda la función hasta cerrarla con una brillantez exquisita.

The Shark Is Broken es una sorpresa en la cartelera británica: una función pequeña (para los estándares londinenses) que despierta curiosidad y divierte y llena a diario el recoleto (también para la media británica) Ambassadors Theatre.

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